DETENIDOS DESAPARECIDOS DESINTEGRADOS

DETENIDOS, DESPARECIDOS, DESINTEGRADOS.
¡VIOLENTA VERDAD!
¡VIOLENTA MENTIRA!


¡Demián!- Ahora dale. Esta yerbita mitiga el odio, es un barniz para el alma. Ese pitito te renueva la paciencia y tu vida para poder seguir soportando a estos milicos culiaos, por los siglos, de los siglos, ¡Amén!
¡Hermano!.. Agárralo con la mano...¡Ja,ja,ja!
¡Pasa la gueá! ¡Ponle ruea! ¡Demián soy acabronao!. Te ponís a hablar gueás y no soltai el pito. ¡Amén! Ja,ja,ja.
¡Toma huaso culiao! Drogadicto, culiao, marihuanero, volado, humilde, incrédulo, chico y patas cortas. Pero volado. Lo único bueno.¡Amén! ja,ja,ja.
Drogados, volados, felices, ese era nuestra salida de escape. La realidad era peor. Los milicos hacen gueás peores y lúcidos. Nosotros, volados, ordinarios, pobres, humildes, inocentes de la maldad humana, con la droga, volábamos al infinito, luchando por vivir con la realidad, obligados con la pena de muerte, amenazados con el máximo castigo al soldado que desertara en estado de guerra:¡La pena de muerte!. Todos estos acontecimientos, titulado como “Golpe militar”.
Cumplíamos con nuestro servicio militar obligatorio, el año 1973 en el Regimiento de Infantería Nº 5 Carampange de la VI División del Ejército de Chile en la ciudad de Iquique, ubicado entre las calles Manuel Rodríguez con J.J. Pérez y Riquelme de cerro a mar y de Norte a Sur. J. Martínez y Amunátegui.
Drogados, volados como piojo, en la letrina del regimiento. La fragancia del pito se mezclaba con la fetidez de las tazas de los W.C. Casi rebalsando la mierda, todo ese conjunto de olores fecales y marihuana, eran el cuadro perfecto de nuestra conciencia.
Todos los que estábamos ahí, en ese momento, nos drogábamos, habíamos regresado hacía tres días desde Santiago, porque nos habían mandado a reforzar el batallón del Ejército de Chile de la capital. Ahí en Santiago, nos vimos enfrentado a la locura de la guerra. Ahí nuestra ingenuidad terminó en una violenta verdad. Ahí nuestra inocencia conoció la violencia de la muerte, el sabor de la hiel y el veneno del odio. Todos los que estábamos ahí nos drogábamos para apagar nuestra conciencia del hecho de haber tenido que obedecer al mandato de disparar contra nuestros propios ciudadanos chilenos, por el sólo hecho de pensar diferente al que a la fuerza se hizo cargo del gobierno. Habíamos sido victimarios de más de una muerte, sin siquiera imaginar la estela de dolor que dejamos en los familiares de las víctimas. Nuestros superiores, ordenaban matar, quizás ellos pudieran imaginar las sensaciones o sentimientos que se grabaron en lo más profundo de nuestros corazones, al tener que cumplir estas órdenes:”Debe matar”. Sensación de náuseas y vacío en el alma.
La misión en Santiago, a todos nos había transformado: trastornado, desequilibrados. También nos había matado una gran parte de nuestros inocentes y duros sentimiento de la ingenua vida que habíamos llevado antes del golpe militar.
Al regresar a Iquique, en el cuartel, los otros pelaos, nos miraban asombrados. Nos dábamos cuenta que le causábamos una profunda impresión en su inocencia, nos vanagloriaban de un delito como un acto heroico. En mi interior, yo sentía que me tenía sujeto el demonio por la mano y mis muertos me perseguían.
Pero... Yo sabía... Sentía en lo más impenetrable de mi ser, que conocí en Santiago, cosas que nunca habría creído posibles que yo podría llegar a cometer. Este sentimiento me hacía sentir como la mierda, como las guevas, desconcertado. Sentía pavor en mi realidad, algo como un escape a mi maldad no conocida.
¡Hey Demián!, Hay que formar pa´ la retreta . ¡Apúrense! O, si no, puede venir el cabo culiao a gueviar a las letrinas y los va cachar que están pitiando.
¡Mira gueón! Los ojos de volao.- Parecen conejos- Gueón.
Rápido, salimos de las letrinas, dirigiéndonos al patio a formar.
-¿Soldados, compañía… Atención! ¡Atención ... Firmes!.. Alinear, vista al frente. ¡Buenas Noches soldados ¡
-¡Buenas Noches mi Coronel!. Contestamos al unísono todos los pelaos lúcidos y volados.
-¡Soldados!.. Se dirige a ustedes el capellán de nuestra unidad.
Buenas noches soldados!...
- ¡Buenas Noches mi Capellán! Nuevamente contestamos todos los pelaos, lúcidos y volados, pero como desgarrando nuestras gargantas. Que en el fondo de nosotros, aborrecíamos los productos de esa religión que nos inculcaba el cura culiao. Su voz lo delataba al emitir sus cagás de frases de memoria, que el gueón había aprendido de algún texto religioso.
Al capellán culiao, lo iluminaba la luz de un foco de la sala de guardias, por detrás de su cagá de cuerpo. ... Al levantar sus brazos, cuando invocaba al Supremo, su sombra dibujaba en el suelo, la imagen de Satanás. Parecía increíble, o sería mi volá, dentro de la embriaguez de la yerba, alucinaba con el cura culiao, escuchando su verborrea religiosa. No podía despegar mis ojos de la sombra maldita, de su aura satánica.
-¡Hey gueón!, Cacha la sombra del cura, parece la sombra de Satanás.
-¡No guevís, Demián!... Cállate, culiao, estai super volao.
- Es en serio gueón.... cacha la sombra.
-¡Sí gueón!, ya la ví...Parece una vieja culiá con la sotana, pero quédate piola gueón.
Al fin el cura culiao, terminó su sermón y nos invitó a encontrar la paz en su Ser Supremo, al que él tanto idolatraba y adoraba.
¿Qué paz podríamos encontrar en nuestras vidas?....
Sintiéndonos totalmente confundidos al saber, cada uno de nosotros, las cagás que nos habíamos mandado en Santiago durante el golpe militar,
sabiendo y sintiendo que los milicos nos llevaron a nosotros, los pelaos, que estábamos cumpliendo nuestro servicio militar obligatorio, desde Iquique a Santiago, para combatir sus injusticias.
Porque las ansias de dominar, se apoderó de los milicos y en vez de tratar de dialogar con los de la unidad popular, se pusieron más furiosos y belicosos, aumentando su voracidad por el poder, sin ningún respeto por sus compatriotas, los silenciaron con la muerte.
Todos esos cuarenta y cinco días que estuvimos en Santiago, me llevaron a una mínima conclusión, a una real conclusión... Para mí los milicos sin adversarios... ¡son nada! Se inventaron un enemigo y esos enemigos eran la gente de la Unidad Popular y las piezas de su invento somos nosotros, los pelaos que cumplíamos nuestra cagá de servicio militar obligatorio, que se transformó en desperdicio militar obligatorio.
No sabía, ahora, quien era el lado oscuro, los milicos o la Unidad Popular. Todos estos sucesos eran la imagen que se refleja en un espejo negro: el odio, el amor, la vida y la muerte a la vez.
-¡Soldados, compañía! Atención. Giro a la derre! (Se escuchó un solo bototazo). Marquen el paso, con compás, mar... izquierda, derecha, izquierda, derecha.
En perfecta formación y marcando el paso, nos dirigimos a la cuadra (los dormitorios). -¿Compañía Alto!. Por secciones en línea, marrr... Al cruzar el umbral, el sargento Mamani, ordenó:- ¡Hey, pelao Demián! Ven y espera... al lado mío.
-¡A su orden mi Sargento Mamani!
El sargento con un gesto dió a entender que lo esperáramos un momento, y se dirigió al oficial de guardia. Esa orden para nada nos sorprendió, estábamos acostumbrados a lo inesperado.
Los milicos son master para inventar gueás, cuando uno menos lo espera.
-¡Hey, Demián!. Tenís los ojos como chinito gueón. Dijo un soldado.
-¡Muere piola, sapo culiao!
-¡Quiroga, vos sabís que gueá va a inventar este gueón!
-¡No, Demián!. Vos sabís como son estos milicos culiaos, inventan gueás, que tienen que hacer los pelaos. Estos milicos son super arranaos, sólo traspiran cuando están cagando gueón... ja, ja, ja.
-¡Guena gueón! - ja, ja,
En eso apareció el sargento mamani y su “dulce” voz, gruño:
-¡Silencio, pelaos gueones! A ustedes dos, los quiero con fusil y casco en la guardia principal a las 3,00hrs. A.M.- vamos en misión. ¿Entendido pelaos?
-¡Sí, mi sargento, a su orden!-
- Ahora a dormir y avisen al pelao de imaginaria (centinela de guardia en los dormitorios, mientras los soldados descansan), que los despierte a las 2.30 A.M. - ¡Buenas Noches!
-¡Buenas Noches, mi sargento Mamani!
-Oye, Quiroga- Viste gueón, que mala onda, vamos a salir a gueviar en la noche... ¡cagamos!
-Demián, busquemos al pelao de imaginaria y le avisamos, - sabís gueón, acostémonos con ropa, pero sin los bototos.
-Bueno, ya, culiao.
-¡Hey! Guaso culiao,¿Vos estai de imaginaria? (A los soldados del Sur los tratábamos de guasos y ellos a los Nortinos, de indios, pero en buena onda. Los amigos y compañeros, que se conocen en el servicio militar, son lo mejor que todos conocimos: son incondicionales hasta la muerte).
-¡Sí, indio culiao! ¿Qué te pasa gueón?
-Anota en el libro de servicio que tenís que despertarnos a mí con el Quiroga a las 2.30 A.M., porque tenemos que presentarnos en la guardia con el Sargento Mamani.
-¡Oye Demián! Pa´ donde van a ir a gueviar!
-Sabís, parece que el Sargento Mamani, quiere ir al Parque Balmaceda a comprar unos pitos y después bien volados, iremos al Julio Prieto a revolcarnos con unas lolitas de ese local (Julio Prieto, famoso local nocturno de Iquique).
-¡No gueís po, Demián!
-¡No gueveo, huaso culiao! Es en serio.
-¡ Ya está bien, indio culiao Demián, chao!..
En el camarote, acostado con ropa, menos los bototos, escuchaba los sonidos del corneta de guardia. El tema era silencio. Esa melodía invadía a todo el regimiento. Esa melodía te invitaba a meditar. Esa melodía me inspiraba una tremenda nostalgia, como de perdidos sueños. Sentía mi mente divagar, deteniendo mis recuerdos en la gran sorpresa que recibí, cuando salí tres horas franco (franco: salir con permiso del cuartel), después de haber esta en una misión de 45 días en Santiago:
Apenas crucé la puerta principal del regimiento, salí corriendo, desesperado, acongojado, al llegar a mi casa, mi familia al verme y al verlos, nos abrazamos. Todos llorábamos. Ahí palpé que ellos sufrían igual que yo, al saber qen la situación en la que estaba. Y dando gracias a Dios que había llegado sano y salvo, después de mi estadía en Santiago, cuando comenzó el golpe militar.
- Ellos me recibieron igual como si yo hubiera vuelto de la guerra. Sí, porque para los milicos era una guerra. Y nosotros, los soldados, actuábamos como tal.
Ese momento se grabó en mi mente, en mi cuerpo, en mi alma y marcaron el destino incierto que en la vida debería afrontar. Pero, nunca puede uno, retractarse de nada esencial. Y esto uno lo siente y lo sabe tan bien y tan profundamente como cualquier hombre.
A todos los familiares de los soldados, les torturaron sus sentimientos y afectos, cuando supieron que les servíamos a los milicos para su golpe militar.
-Tratando de dormir, tratando de apaciguar mi dolor de esos tristes recuerdos, a la vez sentía ataques de melancolía y desesperación al ver desfilar los cuerpos inertes por mis balas, al ver desfilar en las formas ridículas que expresa un ser humano al sentir la muerte. Lo que llenaba de melancolía, de desprecio al mundo y a mí mismo, sintiendo que la vida no sabía a nada.
-Tratando de dormir, tratando de evitar esos feos recuerdos, me animaba pensando que producto de la droga, luchando con mi mente alucinaba, queriendo
dejarla en blanco, confundido por los olores a pata y peos. Alucinaba con el olor a muerte.
-Tratando de dormir, recordé la misión, que más tarde cumpliría, quizás por la voz del Sargente Mamani, algo intuí, algo como un presagio, pero dudaba al saber que todavía volaba. Dentro de lo volado, algo en mí me inquietaba, un aura de muerte rodeaba mi volada.
-Tratando de dormir, sabiendo que la marihuana te depura los sentimientos, reblandece la ferocidad de bestia salvaje que lleva el ser humano.
-Tratando de dormir, tratando que los sueños me llevaran a la deriva, brotó en mí un largo suspiro, exhalé, casi un lamento, era un lamento apasionado y terrible, como nunca había escuchado: confuso, sumido en un mar de remordimientos, las dudas me atormentaban, nada podría liberarme de esos malos recuerdos. Sintiendo mis ojos húmedos, sintiendo una catarata de lágrimas....Lloré...lloré... lloré en silencio. - La realidad... mi realidad, me hacía sufrir. Mi estado durante esos días fue una especie de total locura, los que causaron una profunda impresión, donde ví que nunca hubo una mayor desesperanza, sintiendo la vida mustia y marchita. Sobre mí, estaba un secreto y una culpa, pero si alguien tendría que juzgar mis actos, acataría su sentencia y su castigo. Si en ese momento, me hubiesen arrastrado al pelotón de fusileros por mis actos, por mis muertes, por interrumpir la vida de otros seres humanos, no habría opuesto resistencia.
-Tratando de dormir- Me sentía solo con mi dolor. Me siento menos que un muerto olvidado, me sentía abandonado por todos al recordar mi maldad.
- tratando de dormir- La confianza y esperanza renacieron en mi por unos segundos, aceptando que la locura de guerra ha agrietado mi corazón. Me resigné. Como el hombre se resigna a lo inevitable, sintiendo que hay veces que no se puede remediar que lleguen a ocurrir estas cosas, que pareciera que nadie ve. Se compone la línea esencial interna de nuestro destino. La conciencia no me dejaba dormir, sabiendo que la mejor almohada es tener la conciencia tranquila. En mi conciencia desfilaba la violencia de la verdad.
-Tratando de dormir- Sentía un nudo ciego de odio, sentía como una piedra que obstruía mi garganta, odiaba a los milicos, odiaba al gobierno de la Unidad Popular, odiaba a los de derecha y a los de izquierda, por ser unos descriteriados, como chucha no evitaron lo inevitable: llevando a nuestro país a conocer la violencia de la muerte. Como chucha, los imbéciles de la derecha, los imbéciles de la izquierda y los imbéciles de las fuerzas armadas, no buscaron una alternativa de paz. Jamás lo hicieron. No eran hippies, no habían fumado yerba. Como chucha no se fueron a alguna playa y viendo la puesta de sol, se habrían fumado unos buenos pitos, igual que los hippies, que su lema es amor y paz: No a la guerra, sí al amor. - Estos gueones deberían, por último, haberle preguntado a los hippies, que tenían su revolución de las flores. Estoy seguro, cualquier hippie, les habría demostrado con arto humo, que la marihuana depura los sentimientos, reblandece la ferocidad de bestia salvaje que lleva el ser humano. La marihuana, te enseña a andar sin detenerte... A no atarte, sólo a lo que puedes ver y tocar. Te enseña a proteger todo lo vivo, te enseña a disfrutar del amor y la paz.
-Tratando de dormir- Sigo despierto, tengo sentimientos encontrados. Los milicos se equivocan. Se creen justos, cometiendo injusticias. Los milicos parecían poseídos, estaban en el límite de lo salvaje. Hechizados por algún brujo, por su agresividad y maldad que los hizo enloquecer.
-Tratando de dormir- Mi alma hippie sabía que la violencia no sirve a ninguna verdad. Ella misma quiere ser la verdad. Los milicos nunca definieron su extrema violencia.
La violencia deforma lo que viola, lo arruina y lo destruye. No lo transforma, sino que le arrebata su forma y su sentido, haciendo de ello únicamente un signo de su propia cólera.
La violencia permanece fuera. No conoce el sistema, el mundo la configuración que hiere y mata. (Ya sean personas, grupos, cuerpos o razas). Se niega a ser posible las soluciones del problema, con otra cosa, al contrario quiere ser imposible. Quiere ser inaceptable en el ámbito que ella desgarra y destroza. No quiere saber nada de él. Quiere ser sólo ignorancia, locura decidida y ciega. Voluntad embrutecida, libre de toda ligadura, exclusivamente dedicada a su agresividad destructora.
Por eso la violencia es profundamente estúpida. Verdaderamente estúpida, de una manera intensa, impenetrable y muy difícil de corregir. No es estupidez por falta de inteligencia, sino mucho peor, es estupidez por falta de pensamientos, producto de una inteligencia deformada. El violento quiere explotar con toda su violencia y para ello tiene que enajenarse. Tiene que arremeter con su propia impenetrable dureza y ser sólo aquello que ataca y rompe. Aquello que tortura hasta la insensibilidad, la de la víctima, pero también la suya propia. Su fuerza, ya no es fuerza, sino una especie de intensidad pura, torpe, estúpida e inaccesible.
La violencia es una debilidad que causa estragos, del que no quiere saber nada. No lo cambia por ninguna otra alternativa, sino por sí misma, con sus golpes quiere engendrar la verdad.
La violencia no trabaja con argumentos, reflexiones y pruebas. Su agresividad es la revelación.
La diferencia entre la violencia de la verdad y la verdad de la violencia parece imponerse cada vez con la misma fuerza que la ambivalencia, la verdad es violenta, porque es verdadera, mientras que la otra, su tenaz doble,sólo es “verdadera” en la medida en que es violenta.
Mucho antes de convertirme en soldado, cuando adolescente, sentí todo mi ser identificado con la buena onda hippie. Su lema amor y paz, con la revolución de las flores. Eso para mí significaba el amor incondicional a la naturaleza, a la tierra, a la vida, la buena vida. Amaba al mundo, el rock, y mi himno de guerra era el tema de Los Jaivas: “Para qué vivimos separados, si la tierra nos quiere juntar, el sol alumbra para todos,....” Y mi ritual para unirme a la naturaleza, fumar marihuana, era el cáliz de la congraciación al dios supremo de las drogas. Volado, me dejaba llevar por las venas subterráneas, que riegan los sueños. La marihuana te enseña a andar sin detenerte... Ano atarte sólo a lo que puedes ver y tocar. Los hippies protegen todo lo vivo. Lo que germina desaparece y como el amor que vuelve a regresar.
Cuando estaba en Santiago, un pelao milico, me preguntó si tenía miedo morir. Le contesté: ¡Sí gueón, tengo más miedo que la chucha morir, pero si un gueón me dispara, quiero ser fragmentado en mil pedazos, a morir sin dejar rastro y, lo que quede de mi cuerpo, lo tiren en un potrero cerca de los Andes, para que las aves carroñeras aprovechen la cagá de mi muerte, y cuando éstas defequen, que esas fecas caigan en las plantaciones de marihuana, sirviendo de abono y así podré seguir volando hasta el mismo infinito.
Todo eso había brutalmente cambiado, cuando fui obligado a formar el mundo tenebroso y desconocido de los milicos culiaos. Ahora el lema era: Vencer o morir.
Los milicos me entrenaron para matar. Con mi corazón gélido tuve que cambiar. Todo mi universo, toda mi vida dichosa y buena había llegado a un punto donde se bifurcaba el camino. A mí mismo me espantó en el acto aquel nuevo sentimiento, cuando me vi enfrentado de igual a igual, frente a frente, vida y muerte. Mi vida dió varias muertes. Desalentado, pasando del miedo al asombro, de la vida al éxtasis de la muerte. Sintiendo susto y gusto, descubriendo un placer morboso, un placer desconcertado. Sentía miedo en mi atroz miseria, algo como una liberación a mi maldad. Era rebelión y orgía, vida y espíritu. Algo delicioso y paradisíaco, repugnante y grosero. Todo casi maravilloso, divino y puro, todo en mí era una bestia salvaje dominado por asquerosos instintos.
El golpe militar, mato al hippie Demián, pero resucitó convertido en ángel del demonio, que le succionó su mente y espíritu hippie.
Pero por piedad, disfrazada de maldad, le permitió conservar una cualidad: su adicción a las drogas. El demonio sabía que las drogas le calmaban su sentimiento suicida. Cultivaban su maldad descubierta al verse enfrentado a la muerte, sintiendo placer infinito al ver a su adversario cubierto con un manto mortuorio, y a la vez sufriendo, sintiéndose atormentado por sus actos, ante la lujuria de la muerte.
Estaba agotado. Ya no podía pensar. Cansado de pensar, ajeno a todo sentimiento, encontré la aparición que se oculta entre la niebla de los sueños y recuerdos, vi a mis muertos danzando sobre mi cuerpo, sobre mi vida. Sobre mí llegué a sentir a la muerte envolviéndome en su mortaja, mientras todos mis muertos rodeaban mi culpa y reían felices, agregando con voz demencial:” ¡Demián eres un servil, sí sólo eso eres, un servil!” - sintiendo todo mi ser, humillado hasta el polvo.
Desperté aterrorizado, espantado, furioso, pero consciente. Estaba vivo, sólo era un mal sueño, un feo y miserable sueño.
No podía dormir, sentía mi rostro desfigurado por la ira, repetía y repetía: milicos culiaos, upelientos culiaos, país reculiao, mundo culiao. Absorto en terminar la vida, mi cagá de vida, concluí, me voy a suicidar. Ja,ja,ja. Me voy a matar. Ja, ja, chao mundo culiao, ja,ja. Trastornado a grito pelao, reía: ja,ja, a todo hocico ja, ja.
-¡ Hey Demián! Gueón despierta, gueón, estai soñando gueón.-
-¡Ah, sí! Parece, chucha, me volví loco, ja,ja
- ¡Bájate de la cama pelao! Ven, acompáñame.- Era la voz del cabo de servicio, que ordenaba junto a mi cama, que me levantara y lo siguiera.
En el escritorio, junto a la puerta de entrada a la cuadra, el cabo me ofreció un vaso de agua y dijo que después saliera a caminar y tratara de relajarme.
No sabía si dormía o estaba despierto, cuando escuché la voz de mando, sólo que ahora estaba caminando junto a otro pelao por el patio del regimiento.
-¡Hey Demián!. Estábai riéndote como loco, gueón. Qué chucha fumaste gueón.
-¡Oye gueón! Los gueones me convidaron unas fumas antes de formar pa´ la retreta y quedé super loco. Estaba soñando puras gueás de verdad. Que raro gueón.
-¿Cómo es eso de soñar gueás de verdad?
-¡Claro po gueón! Soñaba con las cagas que pasé en Santiago gueón.
-¡Chucha Demián! Yo también he soñado gueás verdaderas.
-¡Oye guaso culiao! Sabís porque pasa esa gueá.
- No Demián, ¿Por qué?
Como una bofetada llegó a nosotros el olor de las letrinas, al pasar por ese lugar, como una invitación al placer, era el perfume del olor de la marihuana.
-¡Sin voz de mando! Adentro, ¡hey pelaos culiaos! Conviden una pitiá.
-¡Hola Demián! Que chucha estai haciendo todavía en pié gueón!
-¡Hey yo te cuento! Déjame contarles, Demián, mientras pitean.
-Sabís, este gueón, empezó a reirse como loco y el cabo de servicio fue enojado, creyendo que estaba gueviando, y cuando lo vió durmiendo, se asustó el gueón. Fué re loca la volá güeón.
-¿En serio Demián?, ¿Y qué güeá te pasó?
- ¿Sabís lo que pasa? ¿Sabís loque me pasa? Tengo la cabeza, la mente, el espíritu, el alma, todo mi cuerpo lleno de moco. No podís ni correrte la paja. Estos milicos no nos dejan salir para poder botar los mocos. Estoy caliente, rebalsando de moco. El moco me tiene loco gueón.
-Ja,ja,ja, Güena Demián. Toma güeón, fuma, pa´que volís con los mocos, ja,ja.
-¿Sabís Damián? A mí me pasa lo mismo, cuando meo, meo moco, cuando cago, cago moco, cuando lloro, lloro moco. Hasta transpiro moco, gueón, ja, ja,ja.
-¿Les cuento una güeá? Hablando de moco, te cuento, el otro día antes que ustedes regresaran de Santiago, salí en patrulla nocturna con unos pelaos en una jeep y al mando de la patrulla estaba el cabo Cueto, cuando íbamos por el parque, cachamos a unas lolas que estaban en caleta por los jardines, cuando nos acercamos a ellas, estaban pasaítas a yerba. El cabo Cueto les echó la bronca y las subió al jeep, después nos fuimos pa´l lado de las pesquera y el maricón paró el jeep en un sitio eriazo y se violó a una lolita. La lolita le suplicaba que no lo hiciera, pero el maricón culiao igual se la pescó, y nos dijo que si nosotros queríamos, podíamos pescarnos a la otra lolita. Ninguno de nosotros los pelaos agarramos papa. Fué re mala onda, después las subió al jeep y la botó en el puente del colorado. Las lolitas le dijeron que lo iban a sapear. Ojalá que lo sapeen al maricón. Con los otros pelaos quedamos de acuerdo, si nos preguntan, lo cagamos al maricón culiao.
-¿Viste, güeón, que tengo razón? Estamos llenos de moco, pero ojalá que sapeen al cabo culiao.
-¡Oye Demián! ¿ Pa´que te llamó el sargento Mamani a vos y al Quiroga?
-No sé qué güeá inventaron. Sólo que tengo que estar con el Quiroga a las 3.00 A.M. en la guardia principal con casco y fusil. No sé pa´donde chucha voy a salir a güeviar.
-¡Ah, güeón! Te tocó a vos, seguro que van a la pampa. Mi compadre Hidalgo y yo fuimos antes de ayer. Lo mismo, a la misma hora, en jeep a la pampa. Ahí vai a ver la maldad humana, el sumo de la maldad, vai a quedar loco, es algo increíble, jamás pensé, jamás imagine en mi vida, que podría participaren una gueá tan loca, ja,ja,ja,. La locura total, ja,ja.
Mientras el guaso se reía,, veía como se le desfiguraba su rostro y nos miraba con una mirada líquida en sus ojos, reía y lloraba como enajenado, trastornado, alucinado.
-Te volaste mucho, güeón. Cálmate y cuenta güeón, que onda pasó.
-No, Demián, no te puedo contar. Nunca a nadie se lo voy a contar. Es una güeá re mala onda, espesa de mala onda y chao, pasa el pito.
Sentí que el comentario del güaso, era verdad. No sabía qué verdad. Al saber que la verdad se siente, no se sabe la verdad. La verdad se siente.
Su manera trastornada de insinuar esa violenta verdad, me confundió, quise criticarlo por su reacción extraña, pero qué razón tan poderosa podría explicar para hacerlo razonar, sabiendo que todos nosotros, los pelaos, sólo y simplemente, estábamos pal´güeveo de los milicos, sabiendo más que seguro que a los soldados se les está prohibido dudar, analizar o negar. Sólo obedecer órdenes, cumplirlas y chao.
-Sabís guaso, a estos milicos se les va a hacer chico el infierno, son el mismo demonio y nosotros los pelaos, somos los ángeles del demonio, güeón.
-Sí, gueón, pero ángeles con moco, ángeles del demonio, ángeles del moco güeón, ja,ja,ja.
- Verdad, Demián, ojalá salgamos vivos de esta güeá, pero que estamos locos, eso está más que claro, pero antes de partir a tu misión diabólica, fumemos. Fuma vuélate, vuela hippie endemoniao ja, ja, ja.
Aspiré el humo. El humo grueso y áspero, Raspó mi garganta, una gran bocanada contuve en mis pulmones. Como un rayo, brilló en mi memoria la misión que debería cumplir. Sentí miedo, sentí pavor, sentí temor, sentí placer, sentí euforia, sentí la muerte, sentí la bajeza de mi placer, como una escoria, sentí gusto y susto. Ví que no podía evitar lo inevitable.
-¡Hey Demián, güeón! Suelta el pito, ponle ruea, estái pálido gueón. Te dió la pálida. Parecís muerto, güeón.
-Sí, güeón, me volé mucho, quedé pegao con la onda de la pampa, no sé que chucha, me volé.
-Demián, güeón, vuélate bien volao, cuando veái esa cagá, vai a quedar loco, trastornado, alucinado y tu alma se va a desintegrar, igual que los muertos, güeón, ja, ja, ja. Pero, si vos reventai, va a saltar moco pa´todos lados, ja, ja, ja.
En eso nos sorprendió la llegada de mi compañero Quiroga, el que con cara de sorpresa habló:
-Oye güeón, el imaginaria me dijo donde estabai. Son las 2.40 A.M. Anda a buscar tus gueás pa´presentarnos en la guardia, yo espero. ¡Ah, compadre! convide una quema...
Rápido abandoné la letrina, entre volao y dando aspecto de lúcido, encontrándome a boca de jarro con el cabo de servicio en la entrada de la cuadra y este preguntó:
-Demián, ¿Se te pasó la güeá?
-Sí, mi cabo. Gracias, Ahora voy a sacar mi fusil y casco, para presentarme en la guardia.
-Bien Demián. Continúe...
Al volver, estaban el pelao Quiroga y el guaso esperando.
-Estoi listo, güeón- Vamos Demián, Chao guaso culiao.
-Chao indios culiaos.- ¡Hey Demián! No te caguís la onda, tenís que ser igual que John Lennon ¡Let by¡ --Lo que acompañó con un gesto al levantar su mano, nos mostró el signo de la paz.
Al segundo que llegamos a la guardia principal, apareció el jeep conducido por el cabo Supanta. Ordenó subir el sargento Mamani y rápido cruzamos las calles desoladas de Iquique, donde la bruma tensa, espesa, agria, repelía a muerte.
En la parte trasera del jeep, entre medio de nosotros, de los asientos, entre la penumbra se veía una caja metálica, de esas donde va la munición del F.A. (Fusil ametralladora), sólo que no se veía el arma. Intuí que esa caja esperaba la hora fatídica.
Levanté la vista, ví de frente al pelao Quiroga. Este levantó sus cejas, demostrando sus dudas, queriendo afirmar su curiosidad, preguntó al sargento:
-¿Mi sargento, adónde vamos?
-Guarde silencio soldado, usted sólo cumple órdenes.
Bajando la calle Bolívar, se detuvo el jeep en una puerta de servicio del cuartel general, y el sargento Mamani ordenó.
-Tú, Demián, quédate a un costado del jeep. Ustedes... síganme.
Los tres llegaron a la puerta. Desde adentro fue abierta. Ingresaron. Salieron de inmediato, pero ahora acompañados de dos civiles, maniatados y con su vista vendada.
Los subieron al jeep, luego nosotros y.. en marcha. El preso que estaba a mi lado, tenía el pelo liso y largo, igual que su abundante barba. El otro, pelo corto, tez blanca y repelían un fuerte olor, por el encierro y el mal trato. Dejarlos asearse, a los detenidos, era un lujo.
El rugir del motor, rompía el silencio de la noche. Cerca del hospital nos detuvo una patrulla militar. El sargento Mamani, bajó. Mostró un papel al encargado de la patrulla. Este se dirigió a nuestro jeep, metió su cagá de cabeza por la ventana del conductor, sapió y se viró junto con llevarse la mano a la visera ordenó: - continuar-
La patrulla militar nos escoltó hasta la salida de Iquique. El conductor aceleró, rápido y seguro. Al enfrentar los zig-zag, condujo con prudencia las curvas disminuyendo la velocidad, llegando a altos hospicios. El frìo de la pampa nos recibió junto con los destellos de la luna llena, a la altura de la base aérea Los Cóndores. Nuevamente se detuvo el jeep frenta a una patrulla de la Fach. Lo mismo, el güeón del sargento Mamani, bajó, Saludó, mostró el papel. El güeón a cargo se dirigió el jeep. Metió su cagá de cabeza por la ventana del conductor, sapió y chao. Llevando su mano a la visera dijo: - ¡continuar!-
Rápido avanzó el jeep, internándose en la soledad de la pampa, la noche iluminada por los destellos de la luna llena. Nuestros sentidos oscurecidos por los destellos de la muerte.
El prisionero sentado a mi lado derecho, tiritaba de frío, de miedo de incertidumbre. Al ver su rostro vendado, se notaba húmedo, los dos tenían la misma actitud. Ellos lloraban su propia muerte.
Después, sentí sus cuerpos lánguidos. Ya no tiritaban. Se notaban sus cuerpos diseminados de dolor. Hacia el interior del jeep, a través de una ventana, ingresaba la brisa de la pampa. Se olía húmeda y amarga. Ahora, sus cuerpos, parecían no tener huesos ni articulaciones. Sentía que la carretera iba como a un puente, hacia el mundo subterráneo de los muertos. La venda en sus ojos era una sábana mortuoria. Parecía que sus espíritus hubiesen abandonado sus cuerpos.
Durante el trayecto, no hubo ningún comentario. El silencio era parte del ruido del jeep. El tiempo y espacio, uno solo. La esperanza y la desesperanza, no existía.
Frente al fuerte Baquedano, paró el jeep. Bajó el sargento Mamani, mostró el papel al oficial de guardia y éste se dirigió al vehículo, metió su cagá de cabeza por la ventana del conductor, sapió y chao, agregando: - ¡Continuar!
Continuamos la marcha. El bajón de los pitos, llegó junto con el hambre. Tenía más hambre que la chucha. No podría pensar ninguna güeá. Tenía bajón de pitos. Miré al pelao Quiroga y le insinué, si tenía algo para comer. El respondió que sólo había traído caramelos toffi, lo que acompañó su respuesta con una cara de güeón. (Caramelos toffi, cigarro de marihuana).
Llegamos a Huara, el jeep se detuvo, junto a una garita de carabineros. El sargento Mamani, bajó. Mostró el papel. Un carabinero se dirigió al jeep, metió su cagá de cabeza por la ventana del conductor, sapió y chao, agregando: -¡Continuar!
El jeep, giró hacia el interior, en dirección a la cordillera. Acompañados por bruscos movimientos que sacudían el vehículo al internarse en ese camino como las güeas.
No sé cuanto rato anduvimos en esa cagá de camino. La caja metálica
saltó junto con todos nosotros, al pasar el jeep por un gran bache. La caja metálica se detuvo en mi canilla... caja culiá. Llegué a soltar unas lágrimas del fuerte golpe. Me dolía la pata más que la cresta. Lo que alejó mi trance de hambre.
Con una mano afirmaba el fusil, con la otra mano afirmaba la caja metálica, tratando de mantener mi posición en el asiento. Todos, presos y opresores, recibíamos el mismo trato. La naturaleza del camino no hacía diferencias. La naturaleza del hombre, la maldad del hombre marca la diferencia.
-¡Disminuye la velocidad, cabo Supanta! Sí. Acá es la güeá. -concluyó el sargento.
En medio de la pampa, al costado izquierdo del camino tortuoso, había un cerro de mediana altura. El sargento Mamani ordenó girar en dirección al cerro. Avanzamos varios metros, luego el sargento Mamani, ordenó detener el vehículo diciendo:
-Bajen todos. Tú, Demián, trae la caja.
Sólo el conductor continuó en el volante. Al recibir una señal del sargento Mamani el jeep, nuevamente en movimiento se alejó de nosotros casi quinientos metros. Con nuestras miradas seguimos al jeep, dándonos cuenta que se detuvo. Apagó las luces y el conductor se dirigía hacia nosotros.
El silencio nos envolvió. La luz de la luna nos pintó a todos de un color extraño. Nos veíamos casi plomos, acompañados de nuestras negras sombras. Eran colores y sensaciones macabras.
Una inesperada brisa diseminó las últimas esperanzas, una helada sensación de delirio y terror nos invadió. Los minutos eternos... Nos mirábamos con el pelao Quiroga, con los ojos atónitos, alucinados, desencajados de miedo.
Por fin llegó el cabo conductor Supanta . El sargento Mamani rompió ese momento demencial y ordenó a los presos caminar. Uno primero el otro después. Después el sargento, el cabo, el pelao Quiroga y yo, avanzamos en fila en dirección al cerro. Parecíamos una procesión de fantasmas.
Avanzamos unos metros, y el sargento ordenó detenerse. Avanzó acercándose al primer preso, lo tomó del brazo. El cabo Supanta tomó al otro preso también del brazo, avanzaron en línea, pero antes ordenó que el pelao Quiroga y yo, nos detuviéramos.
Avanzaron, los opresores y los presos. El sargento Mamani con un gesto de su cabeza le dió una señal al cabo Supanta. Los dos soltaron a los presos. Estos titubearon. El sargento los animó a seguir caminando, y a la vez los dos milicos, desenfundaron sus pistolas. Junto con sacar el seguro, pasaron bala a la recámara, levantaron sus armas apuntando a la nuca de los presos, y al unísono, un solo estampido, un solo fogonazo, los presos en el límite de la vida, con unos ridículos movimientos, traspasaron la frontera de la muerte.
Los ajusticiaron como si hubieran cometido un atroz delito, cuando apenas, tenían un ideal político.
El sargento desde lejos ordenó: -Demián, trae la caja-
-A su orden, mi sargento- El pelao Quiroga y yo, avanzamos como zombies, como petrificados, enajenados, trastornados.
Al llegar donde el sargento Mamani, alargué mi brazo y entre balbuceo le dije al sargento.
-Cumplida la orden, mi sargento- Este ordenó.
-Ahora tú, Demián y Quiroga vayan al jeep y esperen ahí.
-A su orden mi sargento- Contestamos con el pelao Quiroga. Dimos la vuelta y caminamos en dirección al jeep.
Caminaba cabizbajo, caminaba choqueado, caminaba aturdido, caminaba destruido. Luego escuché la voz del pelao Quiroga que caminaba detrás de mi.
-Demián, tengo frío. Tengo miedo, tengo miedo. Tengo un pito...
-Guárdalo gueón, en el jeep lo prendimos.
En el jeep, bien lejos de los milicos culiaos, prendimos el toffi. Volamos, pitiamos, alucinamos. Dos pitiás cada uno y cagó el pito.
Sin hablar, sin comentar, sin balbucear. No había nada de que hablar. A veces sin preguntar, se reciben miles de respuestas.
La violencia de la verdad, la violencia de la mentira, era la realidad. La vida, la muerte coronada por la maldad.
Volado como piojo, buscaba en el infinito cielo estrellado algo que justificara lo injustificable. Las estrellas estaban al alcance de la mano, igual que la muerte. La vida estaba al final de las estrella, la muerte a años luz de la cordura militar
-¡Hey Demián! Ahí vienen los culiaos, güeón.
-Sí güeón. Vienen como si nada hubiera pasado.
Cerca de los cadáveres, creía ver una pequeña y casi imperceptible luz, una chispa o algo parecido. Trataba de fijar mi visión en ese destello. Dudaba dentro de mi estado de embriaguez con la marihuana, alucinaba o algo parecido, pero igual ese punto luminoso que avanzaba hacia los muertos, me inquietaba.
El sargento Mamani y el cabo Supanta, llegaron junto a nosotros. El sargento Mamani, dejó la caja metálica en el suelo y pegó su vista en la cagá de su reloj unos segundos, levantó su cabeza y dirigió la mirada hacia los cadáveres y delante de nosotros, ante nuestras miradas, se remeció la tierra, el cielo, el infierno, junto con el bramido de la explosión.
La onda explosiva, al segundo, nos tocó. Caló mis huesos, acompañada del olor a explosivo, tierra y muerte. Una gran polvareda se elevó al cielo. Quedó suspendida entre la tierra y el cielo. Era una nube enorme, era una bola. Por varios segundos duró su forma suspendida, luego una brisa la deformó y se fue alargando y avanzando en dirección a nuestra posición. Avanzaba lentamente, avanzaba como un gran fantasma, hasta que su sombre negra nos cubrió. Creí que se había detenido, creía que nos hacía notar como un punto negro en la inmensidad del desierto. Creía que era para regocijo del demonio o para esconder nuestra vergüenza ante la mirada de Dios. Ese momento fue patético, tiritaba de miedo. El pelao Quiroga con sus ojos de volado, por su expresión, sentía lo mismo. Estábamos cagaos de miedo.
El sargento Mamani, al vernos, desde su insensible y trastornada forma de cumplir órdenes, emitió una risotada demencial. Burlándose de nosotros dijo:
-¡Mira, los güeones! Pelaos maricones, están cagaos de miedo. Llamen a su mamita, ja, ja, ja.
- Tomen güeones- El sargento alargó su brazo y ofreció cigarros.
Luego la nube se deslizó, llegando la claridad. La nube se internó en la pampa y se disipó, hasta esfumarse por completo. Despareció.
Después, el sargento Mamani, ordenó subir al jeep y autorizó a descansar. No sé si dormí o estaba inconsciente, pestañeaba y cabeceaba. El frío, el hambre, el pito, la mala onda, me embargaba.
-¡Hey, pelaos! ¡Despierten y bajen!
-¡A su orden, mi sargento!
Al abrir los ojos, la pampa estaba de día. Había despuntado el alba. Detrás de la cordillera, el sol apareciendo tras las montañas. Entre dormido y somnoliento, caminaba detrás del sargento Mamani, llegando al sitio donde los milicos culiaos desintegraron los cuerpos de los dos detenidos. Sólo encontramos un mediano círculo, con una profundidad de alrededor de cincuenta centímetros. El sargento miraba curioso, buscando algún vestigio de lo que alguna vez había sido unos cuerpos humanos. Para sorpresa de todos, no quedó absolutamente nada. La nada misma. La explosión les había desintegrado hasta la sombra.
Después de varios minutos de curiosear el lugar y casi seguro de que no había nada de nada, el sargento Mamani, casi feliz, sintiéndose satisfecho de su deber militar, le dio un arranque de buena onda y ordenó:
- ¡Pelaos, siganme! – Les voy a presentar al gigante de Atacama.
Caminamos con el pelao Quiroga detrás del sargento Culiao, cagaos por la mala onda en que andábamos y tratando de cachar con que güeá nos sorprendería el güeón. Caminamos por la falda del cerro Unitas, en círculo. A veces mirando hacia arriba, de frente, de costado, de lado y no se veía ninguna gueá.
El sargento culiao con su cara llena de alegría, su brazo extendido, apuntó hacia lo alto del cerro y gritó:
-¡Miren! ¡Ahí está el Gigante de Atacama! . Se los presento pelaos.
Cuando ví, por primera vez en mi vida, aquella gigante figura humana, construida de piedras, delineada sólo por piedras, fue tal mi asombro, mi alegría, avanzaba unos pasos y paraba a mirar. No lo podía creer. En medio del desierto, en ese cerro en esa soledad en el desierto, esa figura humana construida, dibujada en la ladera del cerro. Era impresionante.
-Oye, Demián y tú, Quiroga, les doy una hora para admirar este geoglifo. Los espero en el jeep.
- Gracias, mi sargento. – Contestamos sin quitar la vista de esa realidad. Estaba embobado, boquiabierto.
- - Oye, Demián, la gueá loca.-
- -Sí, Quiroga, Me gustó. ¿Y a vos gueón?
- Sí, gueón, igual. Que loco. ¿Quién chucha habrá hecho esta güeá?
- - No sé, güeón, pero cacho que es una onda antigüa, pero que es loca, es super loca. Extraño, místico. No sé, pero tiene algo especial.
- Oye, Demián, subamos hasta arriba y nos tiramos un pito, güeón.
- Ya, ¡Güena Quiroga! Vamos. Mientras subíamos, bordeando las piedras que forman la figura humana, en mi mente trataba de encontrar alguna explicación o razón a esa expresión artística. A la vez, sentía una extraña onda. Sí, era una buena onda que invadía mi ser, mi alma, mi espíritu, mi razón de vida. No sabía como describirlo, pero sentía una super buena onda.
Al llegar a la cúspide, parados en la parte posterior de la cabeza del Gigante de Atacama, nuestros ojos no se cansaban de admirar, de disfrutar. Era sobrecogedor.
-Quiroga, dejemos los fusiles en el suelo y pasa el pito. Yo lo prendo. Le vamos a adorar como los hippies, y pon una mano tocando una de las piedras que forman esta figura.
Prendí el pito, puse mi mano en otra piedra. Aspiré el humo de la paz. Sentados con las piernas cruzadas, fumamos, relajados, tranquilos, mitigados, volados. Consumida la yerba, mirando al pelao Quiroga, comenté:
-¿Sentís, cachay?. Estos locos que construyeron esta figura humana, con materiales de la tierra, estoy seguro que de ahí nació la onda hippie. Con esto ellos nos demuestran que aman la naturaleza, la vida, al ser humano, por eso lo destacan en esta figura humana, proyectada al infinito, al espacio sideral, al cosmos universal, dando a entender al ser divino, a sus dioses, que ellos respetan la vida humana, veneran la vida, aman la vida. Por eso volcaron su arte en la figura de un ser humano. No puede haber otra razón. No puede haber otra explicación. Con esto ellos demuestran que fueron una civilización noble, buena, capaz de entregar amor y buena onda. Eso significa para mí esta figura. Esto es arte. Es el arte de amar a tu prójimo. Y nosotros, junto con los milicos culiaos, llegamos a este templo, a este lugar sagrado, a este lugar inmaculado, llegamos a manchar con sangre y muerte, demostrando ningún respeto por la vida y por nuestros antepasados.
Estoy más volado que la chucha, pero eso es realmente lo que siento, pero yo, a ti , Gigante de Atacama, sintiéndome humillado hasta el polvo, te pido perdón, te pido perdón en nombre de mi cagá de civilización, por haber profanado tu mística, tu arte, tu amor, y te ruego, que junto a tus dioses, ayudes a encontrar la paz a esos, que fueron ejecutados, y también ayudes a los milicos a encontrar la paz perdida, porque los políticos de izquierda, los políticos de la derecha y los milicos, a su manera, aman a su pueblo.
Un mar de lágrimas, un nudo en mi garganta, cataratas de lágrimas bañaron mis ojos, igual que al pelao Quiroga. Los dos llorábamos acongojados, redimidos, lloramos, lloramos en silencio. Lloramos, sumidos en un mar de incertidumbres.
Con mi voz entrecortada, balbuceando, le pregunté al Quiroga:
-¿Escuchaste lo que dije?
- Sí, Demián. Te volaste, pero te salió guena. Me gustó como hablaste. Me hiciste llorar. Legal, compadre, fue super buena onda.
- Ahora bajemos- Parecís güeón, llorando güeón, ja, ja.
Fue algo mágico, sentí una onda que invadió todo mi ser. La alegría y la paz desbordaban mi sentir. Al igual que al Quiroga, nos reíamos felices, tranquilo, rebosantes de tranquilidad, mientras bajábamos nos reíamos felices, mirando cada piedra, cada espacio, mirando todo.
¿Qué otra cosa podría decir, qué otra cosa podría pedir?. En realidad, todo lo que hablé lo sentí de corazón, sintiéndome volado o lúcido. Lo sentí.
Cuando llegamos a los pies del Gigante de Atacama, nos despedimos con el signo de la paz, por un largo momento, acompañados por el ulular del viento de la pampa.
Luego caminamos en dirección al jeep, pero antes, al pasar por el sitio adonde habían desintegrado a esos hombres, en señal de respeto y perdón, sellamos ese momento con el signo de la paz, dibujado en el cráter que dejó la explosión.
Al llegar al jeep, los dos milicos culiaos, dormían con el hocico abierto, relajados, descansando su maldad.
-¡Hey, Quiroga! Prendamos los explosivos que están en el jeep y los hacemos cagar a este par de güeones. Están regalaos güeón.
- ¡Ya Demián! Ja, ja, ja.
- ¡Ah! Llegaron, pelaos. Suban, regresamos a Iquique.
En tres tiempos, arriba. Otra vez en el camino infernal. Al fin llegamos a Huara. En la carretera, todo calmado. Sentía hambre y sueño. Dormí, dormité, dormí. Sólo reaccioné al llegar al regimiento. Bajamos y chao. Era hora del rancho. Rápido a los comedores: Cazuela de vacuno, doble ración de porotos con rienda y un jarro de té. Mientras tragaba, llego a mi lado el guaso culiao y preguntó:
-¡Hey, Demián!- ¿Qué onda la de anoche? ¿Era como traté de decírtelo, gueón?
-Sí, gueón, la locura. La maldad total. Super mala onda.
-Sabís Demián, después vamos a las letrinas a fumarnos el postre. ¿Querís, gueón?
-Claro, compadre. Me voy a tirar un pito y a dormir.
Cuando terminó el almuerzo, al dirigirnos al postre, nos llamó la atención varios pelaos que leían una hoja en la vitrina, colgada en la parte de afuera de nuestra compañía. Paramos a curiosear y leí con sorpresa, la nueva orden y misión. Todos los que salían en esa lista partiríamos al otro día al campo de prisioneros de Pisagua. Luego, en la letrina, sin más consuelo que un buen pito, volábamos.
-Oye, guaso, convida unos pitos pa´llevar a Pisagua güeón.
-Sí Demián, acá tengo una cajetilla de Hilton vacía. Te voy a dar tu ración de combate. Como yo no voy, no hay problema compadre.
-Oye Demián, ¿Cachaste los nombres de los muertos?
Con un gesto respondí a mi compadre. No podía hablar, atragantado y atorado por el humo.